DIGNIDAD GARANTIZADA
Tres comidas al día y una habitación, además de sanidad pública, incluyendo el dentista. Es lo que todos deberíamos tener garantizado. Que no haya un solo ciudadano en la calle mendigando con los dientes podridos. A partir de ahí, viva el capitalismo.
Tendría que ser la prioridad número uno de cualquier gobierno y de cualquier partido político, porque nadie, absolutamente nadie se merece la suerte de acabar en la indigencia, por vago, inútil o improductivo que sea o haya sido. No hace falta ser socialista ni keynesiano siquiera para comprender una cuestión de humanidad tan elemental. Yo reclamo el Sueldo de Diógenes no solo por caridad, también por raciocinio macroeconómico, pues el rescate ciudadano es la única salida que le queda al sistema capitalista para evitar la degeneración y el caos social.
Dale un euro a un rico que se lo gastará en especular en los casinos financieros, dale un euro a un pobre que me lo gastaré en el bar de la esquina. Por eso las patronales siempre están en contra de las rentas básicas, o mínimas, o de inserción, incluso de los cupones para comida, dan por hecho que con un sueldo garantizado nos pasaríamos los días rascándonos los sobacos, o emborrachándonos en el bar de la esquina en vez de producir bienes y servicios, cuando nadie se conforma con tres comidas al día y una habitación, puesto que necesitamos hacer -somos homo favers- necesitamos jugar -somos homo ludens- y necesitamos saber -somos homo sapiens.
En cualquier caso más allá de divagaciones antropológicas la teoría económica keynesiana demostró en los años treinta del siglo pasado que el rescate de los pobres es el rescate del sistema capitalista porque también es el rescate de la pequeña empresa. Profundizando en el análisis de las disfunciones del capitalismo de principios del siglo pasado, Keynes llegó a la conclusión de que el Estado debe rescatar a los pobres no por buenismo sino simplemente para estimular el consumo interno del sistema económico.
Justamente con objeto de estimular el consumo interno del sistema económico, que Keynes llamaba la demanda agregada, nació en medio de la Gran Depresión el New Deal del presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt, un nuevo pacto social cimentado sobre la creación de rentas salariales a través de empleos públicos. Roosevelt no rescató a los banqueros, Roosevelt rescató a los parados, a los desahuciados, a los trabajadores precarios, a los abandonados por el mercado laboral, y en consecuencia rescató a los pequeños artesanos y comerciantes.
Gracias al New Deal, los Estados Unidos disfrutaron de los mejores años de su historia. Roosevelt salvó a los pobres, y en consecuencia salvó el capitalismo, estimulando la economía con un amplio programa de obras y servicios públicos. Dos décadas después, otro presidente keynesiano del Partido Demócrata, Lyndon B. Johnson, se propuso declarar seriamente la guerra a la pobreza estableciendo la Renta Básica, no llegó a hacerlo pero al menos creó un programa de ayuda para los pobres, las food stamps o cupones para comida.
Mucha literatura económica en contra de las food stamps se ha escrito y difundido desde think-tanks, medios de comunicación, y universidades subvencionadas por bancos y patronales. Pero los que dicen que las ayudas a los pobres son una mala idea es que nunca han sido pobres. No saben lo que significa tener al menos un maldito cupón para comprar aunque sea una maldita mortadela de Oklahoma. Como dice Manfred Max-Neef, “los economistas estudian y analizan la pobreza desde sus oficinas lujosas, poseen todas las estadísticas, desarrollan todos los modelos y están convencidos de que saben todo lo que hay que saber sobre la pobreza. Pero ellos no entienden la pobreza. No saben lo que es ser pobre. No tienen ni idea. Ese es el gran problema. Y es también el motivo por el cual la pobreza aún existe.”
La Food Stamp Act de 1964 aprobada por la Administración Johnson estableció a nivel federal el suelducho de Diógenes, no era gran cosa pero al menos alivió de la pobreza a mucha gente, y en consecuencia empezaron a florecer pequeños comercios en los barrios más bajos, beneficiándose especialmente de ello los guetos negros de las ciudades norteamericanas.
Las food stamps estimularon la economía de la calle, como anticiparon los economistas keynesianos que trabajaron con Johnson en la defensa de la iniciativa legislativa. Por su parte los republicanos se opusieron en bloque, dijeron que era imposible regalar cupones de comida a los pobres no porque en su mayoría fueran negros sino por tratarse de un gasto excesivo para el cual no puede haber financiación posible. '¡Nada es gratis!', aullaron los economistas neoliberales.
Gracias a aquellas estampillas estilo Monopoly compraron comida ‘gratis’ millones de padres para sus hijos, y estos pudieron acceder a las becas del Estado, y estudiar para aprender un oficio, y el día de mañana pagar impuestos y ser buenos ciudadanos. Eso sí, con los Johnsons no podías emborracharte, ni podías comprar bebibas alcohólicas, tampoco productos de importación, con los Johnsons solo podías comprar comida made in USA, pasabas por delante de un mostrador de un supermercado, veías la mortadela de Módena y olvídalo, con los Johnsons tenías que comprar por narices mortadela de Oklahoma, que es la peor mortadela del mundo.
Los food stamps no daban para mucho. Pero algo es algo. Siempre será mejor la mortadela de Oklahoma que la no-mortadela. Lo que en cambio sí pudieron comprar los Diógenes de las food stamps fue la Coca-Cola y hasta el 7 Up, aunque los congresistas tuvieron serias dudas acerca de incluir esta clase de bebidas gaseosas entre los productos aceptados finalmente por la Food Stamp Act.
Las food stamps ya no son lo que eran, ahora lo mismo en Boston que en Chicago o en Los Ángeles lo que te dan, si demuestras que eres lo suficientemente pobre, es la tarjeta SNAP (Supplemental Nutrition Assistance Program), con la que puedes gastar 133 dólares mensuales en comida, sin incluir licores ni delicatesens de importación, solo puedes comprar producto nacional, lo cual es obviamente una bendición para los productores nacionales.
Durante los años de la Administración Johnson, los economistas debatieron mucho sobre la Renta Básica, como Hyman Minsky, muy reivindicado últimamente por haber anticipado los graves problemas financieros del capitalismo neoliberal. A Minsky no le gustaba ni el programa de cupones para alimentos de la Food Stamp Act ni tampoco la idea del impuesto negativo sobre la renta recomendada por Milton Friedman. En los cupones veía efectos inflacionarios, y amenaza de fraudes en el impuesto negativo. De modo que para hacer la guerra a la pobreza Minsky aconsejó a Johnson crear un programa de trabajo público garantizado, mejorando y ampliando el New Deal de Roosevelt.
En España como resultado de la crisis ha surgido con fuerza Podemos, un nuevo y necesario movimiento político que de momento ha puesto la Renta Básica sobre la mesa del debate económico. El líder de Podemos, Pablo Iglesias, ha dicho que su prioridad en caso de llegar a ser presidente del Gobierno es rescatar a los pobres. Lo que el líder de Podemos pretende hacer en España en materia económica no es ninguna locura marxista, es simplemente lo que hizo Roosevelt en los Estados Unidos en los tiempos de la Gran Depresión, salvar a los pobres para salvar el sistema, lo cual solo se puede conseguir con un Nuevo Pacto, pues es imposible la Paz Social sin la Protección Social.
Podemos discutir sobre la cuantía de la protección ciudadana, y sobre el tipo de sueldo, si en dinero de curso legal o en cupones para comida o vivienda, por poder podemos hasta discutir sobre las condiciones requeridas para cobrarlo, a cambio o no de actividades o trabajos comunitarios, pero hay que rescatar a los pobres primero por humanidad, pues ningún ser humano merece verse obligado a mendigar, segundo por keynesianismo, ya que estimulando la economía del que no tiene nada estimulamos la economía del pequeño comerciante o artesano, y tercero porque a la subclase o se nos rescata pronto o no tardaremos en prostituirnos, en robar, en darnos a la bebida, o en votar a Podemos.
Nunca fue fácil financiar el Estado del Muy Bien Estar, pero si hay dinero de sobra para rescatar a los gatos gordos de Wall Street, y para armas y ejércitos, y para especular en los casinos financieros, o para guardar fortunas extraordinarias en paraísos fiscales, ¿no debería haberlo por encima de todo para que no haya una sola persona mendigando en la calle con los dientes podridos?